Hace mucho que he buscado un motivo para irme y no volver; anoche me despedí y dos pasos más allá de este muro, volví sobre ellos. No te voy a dar el gusto de verme partir, sin importar qué haga, ni de qué sirva, ni para qué, ni cuántos estén aquí, ni si estás o no. Esto es mío. Si no me entiendes, no voy a tratar de que lo hagas. He perdido demasiado tiempo dando explicaciones y, sin duda, igual sólo quedamos aquí mi palabra y yo, con un único sueño: pronunciarnos. Puedes intentar de nuevo, jugando a que no existo, porque para mí tú ya no existes más. Hola de nuevo. El placer es mío. Y era cierto, ¿sabes?, yo ya no tenía nada que dar, lo había dado todo o me lo habían arrebatado sin que me diera cuenta. No sólo mis manos estaban vacías. Así, reina del Drama, sin nada ni nadie, seguí regalándome. ¿No es increíble la cantidad de horas muertas que le caben a la vida?
En pleno orgasmo, un te quiero. Como un golpe de puño en la mesa, como un gancho directo a la mandíbula, como una patada en el estómago, como un puñal atravesando el músculo, como todas las verdades que matan apuntando directas a la sien. Miedo. Todo negro. El puto pánico aniquilando el rojo fuego de mis entrañas. Mariposas muertas convertidas en larvas devorándose entre ellas, y mi tripa su guarida. Y en mi cabeza la espiral desaparece, y sólo hay descampados, y la música lejana de aquel día de verbena, y el calor de verano, y sus miradas indecentes, y sus manos, y saliva y desgarrones y risas y gritos y puñetazos y sangre y te quieros obscenos, babosos, horribles. Sólo soy miedo. No sé qué mano mueve el mundo, pero estoy segura que la del miedo lo paraliza. Coitus interruptus. Otra vez. Esa rigidez en su cuerpo. Esa sensación que me hace sentir que la estoy violando. Que todo esto está siendo contra su voluntad cuando ella ha sido quien ha dado el primer paso.